Lucía Solís es la encargada de cuidar el legado de su familia. Es sexta generación y es una maestra de la vida que llena el corazón de quien la conoce. Desborda tradición, sabiduría y calma en cada palabra que menciona. Es una mujer inspirada por las plantas y sabedora de las bebidas ancestrales y autóctonas del Pacífico, con una empatía que conecta desde su memoria y raíz y que teletransporta a cualquiera que la escucha a un lugar de completa paz.
“Soy Lucía Solís, soy sexta generación, soy parte de la vida y pertenezco al folclor. La naturaleza para mí es todo porque de la tierra vengo yo, el conjunto que da la esencia, la historia y el sabor”, expresa con una sonrisa.
Nació en Buenaventura, es esposa y madre de cuatro hombres y una mujer. Alrededor de las quebradas, comenzaron sus primeros aprendizajes sobre el Viche, el Tumbacatre, el Arrechón, el Pipilongo, el Curao y la Tomaseca, así como los secretos que se esconden en el campo. “Yo creo que en esta vida todo ha sido un cortar y pegar y, ¿por qué digo esto? Porque la ciencia nace en el campo, la naturaleza nos brinda todo, es la que nos enseña, nos fortalece y nos da vida. La naturaleza es un verbo de amor y estamos a tiempo de salvar la herencia más grande que tenemos como humanidad”, afirma con certeza y con la convicción de quien jamás se ha dedicado a algo diferente.
Con seguridad y orgullo dice que es negra y una mujer empoderada que sueña. Le encanta compartir y bendecir para ser bendecida, defiende con pasión sus raíces porque para ella vienen de la resiliencia, de la fortaleza y la perseverancia. Considera que la primera escuela de la vida es el hogar y enfatiza que no importa la cultura ni la raza, porque el empoderamiento viene desde ahí. “En el hogar están las fortalezas y las debilidades de todos los seres humanos y la universidad de la vida es algo tremendo, grandioso y hermoso; es la que cumple con todas las expectativas del ser; no necesitamos de cartones para saber qué tenemos por dentro y de qué estamos hechos. Vinimos a este mundo con una semilla que irá dando fruto para poder servir, pero siempre creyendo en nosotros mismos, porque cuando creemos en nosotros, podemos lograrlo todo”, afirma.
En su infancia, fue escogida por su tía Marta, quien era quinta generación de su familia, y de ella aprendió toda la mística que se esconde detrás de los sabores y aromas de las plantas, “mi tía mantenía preparando en ese entonces los llamados menjurjes, lo hacía de una manera única y con una conexión que no la alcanzaba a descifrar, a cada planta le susurraba, se refería a ellas con nombre propio y como si estuviera hablando con una persona, era fascinante y me generaba mucha curiosidad. Yo, sin que ella se diera cuenta la espiaba a escondidas, eso sí, si me pillaba me daba látigo y a mí me asustaba”, -dice Lucía entre risas- hasta que un día me descubrió en el soberao -el altillo-, que es la parte donde está el techo. Me cogió de la mano y me dijo “no te voy a pegar, te voy a regalar algo muy poderoso, pero si le dice a su mamá, ahí sí le pego”.
“Me levantaba a las cinco de la mañana, que es la hora donde la plantas apenas están despertando, me llevaba al bosque, me vendaba los ojos y comenzaba a colocarme sobre la nariz las plantas, cada día eran dos o tres plantas diferentes, me ponía plantas como la albahaca, la yerbabuena, el tomillo, el limoncillo, y muchas más”; y de esta manera, fui descubriendo el poder de las plantas, entendiendo que cada una tiene su propósito, así como los seres humanos en la vida.”
Lucía siempre tuvo claro que no quería ser empleada de nadie, “yo todo el tiempo decía que quería ser una empresaria, una empresaria con conciencia”, comenta Lucía. Toda su vida ha sido una mujer muy curiosa y lo que le gusta lo aprende, con calma y paciencia, pero nunca se da por vencida. Es una mujer convencida en que el ser humano puede lograr todo lo que se propone, y hoy puede dar fe que, lo que siempre soñó en su niñez, es en lo que se ha convertido y le ha permitido realizarse como mujer y empresaria.
A sus 56 años, esta matrona se ha convertido en una gran lideresa y referente en Buenaventura. Siente que ha logrado gran parte de lo que se ha propuesto trabajando sin parar y tiene consolidado su emprendimiento de bebidas ancestrales llamado “Semillas de Vida”, por el que ha luchado su vida entera hasta lograr el registro de su marca.
“Semillas de Vida” es el emprendimiento del que hoy vive y con el que continúa aprendiendo y compartiendo con su gente. Se trata de bebidas que tienen como propósito embellecer el ser desde adentro hacia afuera, y están hechas para una sana alimentación, una buena salud y una gran diversión; sus botellas están llenas de historia y cada una contiene diversas plantas ancestrales, sanadoras y poderosas.
Lucía Solís, llamada por su tía ‘Señorita Progreso’, es una mujer de admirar que con el pasar del tiempo siempre procura dejar huella. “Yo creo que entierro con trasteo no hay sino con historia y yo quiero ser parte de la historia de la humanidad, yo quiero trascender, aquí todos tenemos que partir de un momento a otro, pero hay que hacerlo dejando un legado”, asegura Lucía.
Construye país junto a las mujeres del Pacífico, con quienes trabaja de manera colectiva para que haya un nuevo renacer en la región. Sueñan con una Colombia donde la gente pueda vivir en paz, con justicia social, con dignidad y con igualdad de condiciones, pero, sobre todo, con la posibilidad de tener oportunidades que les permita avanzar y mejorar sus condiciones de vida. “El Pacífico es vida, es luz, es diversidad. El Pacífico es alegría, es paz. El Pacífico es la puerta que tiene Colombia para brillar hacia afuera, porque aquí está todo, ¡aquí hay talento pa´rato!”, afirma con un suspiro.